POR FERNANDO RODRÍGUEZ CÉSPEDES
“Amargura con sabrosura” fue la frase que adoptó El Men en la postrimería de su vida. La repetía cuando algo le atormentaba y se la escuché previo a entonar la canción “Lamento de esclavo” cuando compartíamos junto a varios amigos y a Danelvi Hernández o Dania, como llamaba a la joven que con esmero lo cuidaba.
Las persecuciones políticas desde la tiranía de Trujillo y en los funestos 12 años de Balaguer, los encarcelamientos, golpes y torturas no alteraron su temperamento afable, el que mantuvo, pese a las estrecheces económicas, limitaciones visuales y disgustos con algunos de sus descendientes.
El Men era todo un caballero y con los años a cuesta, trabajó en el oficio de zapatería hasta que la visión empezó a fallarle. Nunca pasó factura por sus aportes al proceso democrático del país y aunque tenía muy buenos amigos en el mundo empresarial, evitaba molestarlos.
En una ocasión proclamó al periódico El Nacional que tenía, a pesar de su pensamiento de izquierda, dos empresarios amigos, señalando a Pepín Corripio y a Mario Lama, quienes siempre estuvieron atentos a él. El primero, hasta el mismo momento de su muerte.
Además de estos amigos empresarios, contó con el afecto y respaldo del senador Reinaldo Pared Pérez, quien canalizó la ayuda del Senado para construirle una humilde, pero digna vivienda, cuando el lugar que habitaba se incendió.
Por su educación y humildad, concitaba simpatías y se daba el lujo de tener entre sus amigos a viejos compañeros de lucha revolucionaria y a personas que, aunque distantes de su ideología, lo respetaban y apreciaban por su lealtad a los principios que enarboló hasta su muerte.
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