Autora Lavinia Del Villar Jorge |
“Preocúpate más por tu carácter que por tu reputación. Tu carácter es lo que realmente eres, mientras que tu reputación es solo lo que otros creen que tú eres.” Dale Carnegie
Regularmente la mayoría de las personas pasamos la mayor parte de nuestro tiempo buscando la sabiduría y la perfección, pues aunque pretendamos declarar lo contrario, todos luchamos por probar algo a los demás. No nos basta con ser, de alguna manera siempre existe en nuestro yo, el afán de demostrar alguna cosa: inteligencia, éxito, poder, popularidad, logros, educación, etc., y por humildes que nos queramos proyectar, es siempre un bálsamo escuchar frases que confirmen lo que queremos que los demás crean que somos.
Corremos entonces el riesgo de caer en el problema de “El caballero de la armadura oxidada”, obra de Robert Fisher, que habla de un caballero que se enamoró de lo que representaba su armadura, porque les mostraba a todos quien era él: un caballero bueno, generoso y amoroso, que pasaba su vida ganando batallas, matando dragones y rescatando damiselas, aún cuando ellas no quisieran ser rescatadas.
Después de un tiempo ya no se tomaba la molestia de quitársela ni en casa, hasta que su esposa y su hijo amenazaron con abandonarlo porque ya no recordaban quien era él en realidad. Cuando se dio cuenta que perdería su familia, intentó quitarse el yelmo, pero le fue imposible porque se le había oxidado encima. Así nos pasa a veces, usamos tanto la careta con el fin de satisfacer a los demás y aparentar valores falsos, que luego no nos la podemos quitar ni en casa.
La vida nos enseña que la perfección no existe, que nada es total, que ninguna enseñanza se completa a cabalidad, y que la sabiduría plena es inalcanzable.
Vivir en competencia nos carga, y esa carga nos agota, nos drena, nos limita y nos aparta de quienes realmente somos. Llevar a cuesta la vanagloria y el qué dirán, es una forma de asegurarnos una buena reputación a través de la aprobación de los que se convierten en los jueces del bien y del mal, pero como dice Jorge Bucay, “No cambies tu autenticidad a cambio de una mirada de aprobación” pues es más importante contar con el aprecio y el respeto, que con la admiración de las personas.
Limpiemos nuestro equipaje: seamos auténticos, no sobreestimemos los halagos, controlemos nuestro ego, seamos humildes, dejemos ir la presunción…, aminoremos la carga, y entonces, caminaremos más relajados y ligeros por la difícil senda del vivir.
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