Antes de que el sol se atreva poner sus primeros rayos sobre el lago Azuei o Sumatre, ya que su nombre depende de cual lado se encuentre, y mucho antes de que se levante el primer centinela, ellos aguardan de manera impaciente del otro lado: ocho detrás de las rejas.
Se colocan por orden de llegada. Hay un aparente orden. Todas las miradas están puestas en un solo objetivo: el gran candado del portón de hierro que sirve de límite a los dos países.
Ahí comienza el afán, el desorden. Terminó el descanso para los miembros del Cesfront, los soldados del Ejército y las demás agencias del gobierno, como Aduanas y Migración.
Es el inicio de un día de mercado en Mal Paso, en el límite terrestre de la frontera entre Haití y República Dominicana y ellos son los carretilleros haitianos que tienen este oficio como única forma de vida.
Un ejército de hombres espera cada mañana del lado haitiano a que se abra la puerta, y de manera apretujada cruzan al territorio dominicano para ofertar su servicio de carretillas a los pequeños comerciantes, que tienen que cargar las mercancías de uno y otro lado de la línea divisoria.
“Al día me gano unos cien gourdes (cien pesos dominicanos y algo más de dos dólares)”, explicó Marcelle, que minutos antes había hecho su primer servicio. Trasladó en su carretilla una compra que contenía habichuelas, pastas, enlatados y otros comestibles a una marchanta.
Las marchantas son aquellas comerciantes haitianas que hacen pequeñas compras en este mercado y luego las venden al “pregón” en ciudades vecinas como Puerto Príncipe y Font Parissien.
Como Marcelle hay decenas de carretilleros que se ganan la vida en este mercado que se realiza cada lunes y jueves en la llamada “tierra de nadie”, por ser territorio neutral y justo a orilla del lago, por donde también los haitianos se llevan sus mercancías en botes o pequeñas embarcaciones.
Aquí se comercializa cerca del 70 % de las exportaciones dominicanas hacia Haití. Es estratégico, porque está a 60 kilómetros de la capital haitiana.
Al terminar el día, el sol recoge los rayos que había colocado sobre el lago. Un centinela junta la puerta y cierra el candado, después que Marcelle y su carretillas cruzaron al otro lado, para preparar el otro viaje de regreso…
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